Las madrugadas se suceden, las cajillas de cigarros, el café –que continúa exhalando un aroma comparable para nosotros al incienso de alguna santa liturgia- la vida misma continúa pasando, y en momentos como este, el mundo se detiene. Son segundos, instantes tal vez, donde –como diría Vallejo- como si todo lo vivido se empozara en el alma. Hoy canta Aute en el fondo de mi escritorio, a veces es Serrano o Silvio. De golpe soy consciente de ser un sobreviviente… no se cómo, ni se bien cuándo, pero súbitamente el mundo entero que habíamos creado para abrigarnos se desmoronó.
Cesaron los encuentros personales, cesaron las charlas y cada uno siguió su camino, al menos eso pensaba, al menos sobre eso trataba de convencerme, hasta aquella noche, cuando el teléfono sonó, y desde la cama atendí con voz somnolienta. La voz del otro lado fue el témpano que desgarró el casco… “a la deriva” como a Horacio fue lo que de mi ha sido. El sitio sagrado donde tantos aquelarres de intelectuales –y por que no decirlo, alguno que otro pseudointelectual- se transformó en un páramo.
Hago breves pausas al escribir, porque se me agolpan en la garganta las terribles ganas de salir y gritar dónde estás, por qué me hiciste esto… y se que solo es mi egoísmo el que quiere hablar. Nunca pensé que un día como el de hoy llegaría, donde cuento los años y los meses de aquel final. Escucho a Eladia y canto con ella “cualquiera de estas noches voy a entrar por tu balcón…” y me imagino que donde sea que estés, me lo cantás en un susurro solo para mi audible.
Yo me pregunto con Galeano, a dónde van las palabras que no se dicen, donde terminan los abrazos que no se dan… Todos me dicen que vos querrías que el show continuara, que no está bien que llore por esta ausencia que me desgarra el pecho… pero vos y yo nos conocemos bien, vivimos demasiado juntos, sabemos de antemano la respuesta del otro, y yo se que no te querías ir. No me preguntes cómo es que lo sé, pero yo lo sé. Yo tengo tantos abrazos por darte, tantas cosas que no me dio el tiempo de contarte, que no se como hacer para que ese océano profundo se desagote.
Se que soy portador de tu herencia, ahora me pasa como a vos… me tengo que encerrar ciertos días a estar solo, va… solo… tengo que encerrarme a charlar con mis muertos, va… más que con mis muertos, con mis vivos; porque para mi, desde que te conocí, sos inmortal. Es por eso que a veces, solo a veces, me descubro pensando que cuando cruce la rotonda del Palacio una de estas noches, te voy a encontrar volviendo de dar clases en el IPA, una noche de primavera por supuesto, y que ahí nos vamos a poner al día. Es que tengo tanto para contarte, es que me han pasado cosas tan bellas, y no tengo la ronda de puchos para contártelas.